XVI A Glenn Miro tu cabeza hecha parte de la tierra y pienso ojalá hubiera llovido mientras te chorreaba la sangre del ojo para que tus palabras sonaran como burbujas en el intento sutil de un beso. Ahora que tienes abierto el cuerpo puedes digerir todo lo que nos ha pasado y servirte a ti mismo de alivio, que no estás arrodillado con nosotros viéndote explotar ante la fragilidad del mundo, sintiendo cómo la madera puede sacarnos el cosmos de los ojos. Da gracias por la carne expandida entre las hojas de la grama, da gracias porque en tu última mirada nos hicimos todos un poco más grandes y quedamos intactos en tu ojo rodando por el suelo. XVII El muro de atrás tiene pedazos huecos en los que sus puños aterrizan cada cinco minutos. A veces trato de sacarle algún ritmo y unirlo al crujir de sus dientes, pero cada cinco días se acumulan demasiados y tengo que ir a matarlos. No me gusta tener que hacerlo, tengo que ajustarme al silencio durante horas en lo que llega la próxima banda. XVIII Cada vez que me trepo al techo y miro al parque veo los cuerpos que cuelgan. Me entretengo con sus movimientos, con cada puño que tiran, con cada dedo que se les cae, con cada chorro de sangre que finalmente pinta los bleachers. A veces pienso en unirme, en tambalear noche tras noche, tartamudo, inmune a todas las posibilidades de ver mis tripas salir como acto de magia. XIX Ahí va, ahí va caminando como si a las seis de la mañana el Sol lo llamara personalmente. Le grita, como siempre, a las aceras, a los buzones, a los gatos, las iguanas; me grita a lo lejos, sabe que lo miro detrás de la reja mientras me tomo el café. Supongo que siempre fue cierto aquello del muscle memory. XX Puedo escribir los versos más sangrientos esta noche, pero ya estoy cansado de la peste. - Carlos Eduardo Silva Velázquez |
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