y hoy me siento igual de incapaz,
pero hay algún honor que me ha hecho intentarlo.
A pesar de que los poemas forzados
siempre han sido los peores,
al menos no es un tema
tan forzado como otros.
A ti te tengo presente, de testigo,
con una correa en la mano
porque siempre la merezco.
Hay quizás una corbata atada
a este cuello dormido y arropado hasta el fondo.
Atada porque siempre debo
verme bonito para verte a ti.
No es todos los días que te veo,
nunca te veo, nunca he logrado
soñarte tan siquiera.
Hoy intento con más fuerzas que antes,
o quizás solo añado un poema a mi lista.
De todos modos, sé que hay algo
que de mi cabeza podrá salir
para enlazarse de alguna forma
a tus murmullos ausentes.)
Te quiero, madre, y te necesito.
Tu acero perdido entre la niebla,
tu regazo de rosales limados.
Así como estadías gratuitas en una ráfaga,
te has volado sonriente de la vida,
y no apareces jamás,
como si me escapara yo mismo
de la manera más astral posible.
Quizás mi subconsciente sigue asustado
por todos los perdones que te debo,
y corro, madre, te huyo,
por no mirarte a la cara con estos ojos sucios,
con esta boca podrida.
Búscame, por favor,
aunque tengas que decirle a Dios
que me llame por el intercom de San Pedro.
Ya no quiero estar perdido en esta telaraña
de mis cuchillas mágicas y espantos.
Llama, mami. Estaré esperando
en la sección de joyería.
- Carlos Eduardo Silva Velázquez
(preview de Teoría de la ausencia)