amarrarnos las venas,
encajarnos los pulgares,
mantenernos inútiles
por cierto tiempo.
No son tantas
las situaciones que pueden
inmovilizarnos de tal manera,
pero la espera, la mayor agente
de estos amarres al sofá,
de esa vida incumbente de la mirada
y de las huellas que se permean,
puede. Y es quien mejor lo hace.
La espera nos resigna a la excusa,
nos justifica el dolor de nalgas,
nos obliga a verle algo bueno a la indiferencia.
Y ahora nos vemos
buscándole la espera a todo,
a puño y sangre,
esperando el correo, el cheque,
esperando que llegue el internet en una noche ocupada,
esperando
la llegada de otra temporada más.
Ahora, en estos tiempos de tan poca paciencia,
hemos decidido esperarlo todo
y no hemos visto lo que cae al piso.
No nos damos cuenta de lo que no sabemos.
Sabemos por qué es rojo el cardenalito,
pero nadie nos había dicho
que Netflix se pinta la cara
con la sangre de nuestra espera.
- Carlos Eduardo Silva