que uno no sabe por dónde se empieza
a tirar el machete,
durante qué momentos de Sol
se tiene que amolar el grito,
durante qué momentos de lluvia
hay que escurrirse debajo el zinc.
La crisis tiene tantas caras…
no es fácil mirar unas cuantas a diario
en los tenis nuevos de cada chamaquito
que llega a la cancha por la noche,
en el Invicta del nene de noveno,
en los BMs que no se acaban
bajo los bultos de Spider-man.
A veces la crisis no tiene casi cara,
solo manos que saludan desde las casas
y tiran champaña por las puertas,
sonrisas que no puedes aguantar
mientras caminas por Best Buy o por Champs.
A veces la crisis se limpia el sudor
y no la encuentras por la peste,
se esconde en los archivos,
en los arrecifes que lograste explorar
los tres veranos pasados.
La crisis tiene tantas caras
que no sabes cuál alimentar,
si la del deambulante que va a podrirse
con el puño izquierdo firme,
si tu boca apurada con un hotdog de Burger King,
si la ambición de un estudiante
hablándole de Kobe,
si la ignorancia de tu hermano
escuchando Hot 102,
si la enajenación del vulgo
sacando una jeva a perrear,
si el pegamento de los dientes
pagando Netflix cada mes.
La crisis te busca
y se te mete por cuanto roto tengas,
por cada escrín por el que no caben las moscas,
por los rotos que le hace tu gata a las sábanas,
por donde se meten el comején y las hormigas.
La crisis sube por las tuberías como las cucarachas
y como las ratas que se obligan
a pasar bajo las puertas.
La crisis tiene muchas caras y formas y patas
y cuerpos hechos de todos los materiales;
quizás no de tierra, quizás no de lluvia,
quizás no de alguna madera específica,
pero de muchas otras maneras y maderas sí.
La crisis es un tumulto, un reguero
que pocos entienden.
La crisis es un llanto de indecisión y de enredo,
un camión al margen de muchos eventos,
un roto gigantesco que todo el mundo evita,
pero que sigue creciendo,
acercándose cada vez más
a las orillas de los puentes de Caguas.
*
Hay que hacer más, mucho más,
hay que engancharse un buen alicate al cinto
y no tenerle miedo a las espinas del jardín,
ni al sube y baja de la arena,
ni a lo resbaloso de las piedras del río,
ni a las que se esconden debajo del río,
ni a las que están a punto de caerse en la autopista.
Hay que hacer más, mucho más, mucho más, mucho más,
porque poco a poco el derrumbe sigue siendo,
porque poco a poco las cenizas se concentran,
porque poco a poco el asbesto es más que un diccionario,
porque poco a poco quién sabe qué se estanca,
quién sabe lo que poco a poco se está amontonando
para explotar desde el fondo de una cueva.
Hay que hacer más y más, no menos, sino más,
hay que estrangularse los bolsillos,
hay que reducirse un poco antes de crecer,
hay que reconocerse débil y fuerte
y reconocerse carente de las manos necesarias.
Hay que hacer que las puertas se desfibren
y que hilacha por hilacha se asomen
todos los que piensan que las perillas queman.
Agarra un cuchillo, un machete
o la katana de treinta pesos que conseguiste en Amazon
y arráncale a la marea todo lo que no queremos,
todo lo que el censo no nos dicta
y las explicaciones que bajo las hojas
se pierden en la boca de las changas.
- Carlos Eduardo Silva Velázquez